El conflicto
Todo había comenzado el 2 de diciembre de 1918. Los 800 obreros de la empresa (metalurgica Vasena) se declararon en huelga en reclamo de la reincorporación de algunos compañeros despedidos y de la Jornada laboral de 8 horas. Además, exigían aumento de sueldos. La dirección de Vasena contesta con un categórico no y despide a los huelguistas. La Asociación del Trabajo (presidente Joaquín S. de Anchorena; secretarlo, Atilio Dell'0ro Maini) y la Liga Patriótica Argentina (Manuel Carles, más tarde abogado de Marcelo T. de Alvear) le ofrecen rompehuelgas "krumiros" y protección de sus grupos civiles armados. Los huelguistas organizan sus propios piquetes y comienzan a tomar represalias contra los que quieren quebrar el paro. El conflicto entra en una espiral de violencia y el 24 de diciembre llegan a Incendiar el auto del propio Jefe de policía.
El 8 de enero, después del encuentro frente a la fábrica (reprimieron bomberos y soldados), la FORA del X Congreso declara la huelga general. Los anarquistas de la otra FORA, la del V Congreso, le añaden un calificativo: "revolucionaria", que prende en el ánimo exacerbado de los sectores populares, sacudidos por la matanza del día anterior. Buenos Aires camina por el filo de la navaja de la guerra civil. Ese mismo día, por la tarde, el Poder Ejecutivo designa por decreto jefe de las fuerzas de represión al general Luis J. Dellepiane. "Un hombre bajito pero enérgico -dice Abad de Santillán-, al que no creo un masacrador profesional. Era 'un valiente: se apersonó sin custodia a los manifestantes;"
Los muertos del día 7 fueron velados en locales anarquistas y socialistas. Separados por rivalidades ideológicas, los acercó la muerte y el 9 fueron sepultados juntos en el cementerio de la Chacarita, unidos los cortejos hasta integrar una imponente manifestación de 200.000 personas. Mientras la multitud se dirigía en procesión hacia el cementerio, se produjeron nuevas refriegas en Corrientes y Yatay que crean una atmósfera explosiva. Luego, ya en la Chacarita, cuando el tercero de los oradores iniciaba su discurso, se repiten las agresiones. La guardia de caballería i-"cosacos"-, tropas de infantería del Ejército y bomberos abren fuego. Gritos, imprecaciones, corridas. Desesperados manifestantes se arrojaron dentro de las fosas recién abiertas para buscar un refugio contra la muerte. La política del terror se había desatado.
"Emplazar la artillería"
Dellepiane convoca el 10 a la prensa. Es seco y categórico. Amenaza "emplazar la artillería en la plaza del Congreso y atronar con los cañones toda la ciudad". "La Nación" de esa fecha subraya en su crónica otra advertencia del jefe militar: "Hacer un escarmiento que se recordará durante 50 años". Hipólito Yrigoyen estima que es necesario un esfuerzo para evitar que el incendio se propague. Cita al día siguiente en su despacho a don Pedro Vasena (su correligionario Leopoldo Melo era abogado .de la empresa) y lo insta a aceptar los reclamos sindicales. El conflicto se resuelve por la rendición incondicional del empresario. Así lo entiende la FORA del X Congreso, que da por terminado el movimiento. Los "quintistas", en cambio, creen que ha sonado la hora..de la revolución social y deciden continuar la huelga. A la que se le agrega un objetivo urticante: la libertad de Simón Radowitzky, un anarquista que purgaba prisión perpetua en Ushuaia, por haber matado al jefe de policía Ramón Falcón el 17 de noviembre de 1908. (Durante su segunda presidencia Yrigoyen le alivió la condena y lo puso en libertad).
Durante varios días continuó el terror en fas calles. Las "bandas blancas" -patotas de la Liga Patriótica y la Asociación de! Trabajo- insistieron en actos vandálicos de represalia contra todo lo que consideraban maximalista. ¿Cuántas fueron las víctimas de ese estado de locura colectiva? El escritor Diego Abad de Santillán computa 1.500 muertos y 5 mil heridos Hubo, además, 55.000 prontuariados, con la accesoria, para muchos, de una quincena de confinamiento en la isla Martín García. En su libro "La Semana Trágica", el comisario A. Romariz (oficial de la seccional 34a. de la Boca, durante los sucesos), estima en 800 los fallecidos y en 4.000 los heridos. Agrega detalles escalofriantes: los cadáveres eran rápidamente incinerados conforme a indicaciones del general Dellepiane. El mismo pudo comprobarlo en la Morgue, cuando acudió a reclamar el cuerpo de un suboficial. "Entretenga a la viuda hasta que se olvide", le dijo el funcionario que lo atendió, escudándose en esa orden.