A primera vista parece imposible encontrar coincidencias entre la vida de ambos. Uno, viste un traje de gala y abre la puerta de su oficina de 10 metros cuadrados en el primer piso de uno de los clubes más selectos de Londres. El otro, espera en la vereda y convida mate a un vecino en el barrio de Lanús, Buenos Aires. Pero la coincidencia existe y está en sus memorias: el recuerdo del desconcierto, aquel frío abril de 1982.
El soldado Tony Davies comentó con sus compañeros del ejército que serían enviados a Escocia. Allí ubicaban mentalmente a las Falklands cuando fueron notificados de la misión. Pronto supo que su objetivo era defender la colonia más austral de Gran Bretaña. "Tardamos más de tres semanas en llegar, estábamos a medio mundo de distancia, en medio del invierno", recuerda.
En la capital británica las bajas temperaturas también calan los huesos. Pero adentro del distinguido Union Jack Club, del cual Davies es hoy jefe ejecutivo, la calefacción permite a quienes sirvieron a su Majestad en el servicio militar reunirse asiduamente y lucir sus placas sin necesidad de abrigos. Mezcla de lujo y modernidad, Tony supervisa que se brinden todas las comodidades a los veteranos de guerra que se fueron convirtiendo automáticamente en miembros del círculo.
En el Centro de Veteranos de Lanús, Rubén pasa gran parte de su día junto a otros quince compañeros. En un primer piso cedido por la municipalidad este ex combatiente se disculpa por el desorden: una exhibición a medio montar muestra fotos de la guerra, de las protestas por la falta de asistencia social a finales de los ‘80 y de las actuales campañas solidarias que realizan en el Chaco. Rubén pudo volver al barrio de su infancia, pero no era el mismo muchacho.
"Nunca había tomado un avión, nunca había tenido un arma en mis manos, de repente me encuentro en el frío de Chubut. La instrucción duró 15 días y me tocó estar en logística", recuerda. El 29 de marzo de 1982, él y sus compañeros advirtieron que seis conscriptos no estaban en el batallón. Fue allí cuando se enteraron de la recuperación de Malvinas y volaron a las islas.
"¡Qué van a venir!", se decía con sus compañeros. Pero según recuerda, a partir del 1º de mayo, cuando el Puerto Argentino fue bombardeado por las fuerzas británicas, ya nada fue igual. Y, lejos de lo que decían algunos titulares en el país, la inexperiencia se sintió en cada acción.
Según Davies, los argentinos "se defendieron con extremada fuerza y valentía". En la primera línea de batalla, en contacto con sus prisioneros de guerra, llegó a enterarse de que se trataba de un grupo de jóvenes novatos, la mayoría de ellos conscriptos, que estuvieron en posición de ataque en escasas oportunidades.
Fue en una ocasión similar que un compañero de Rubén que sabía inglés pudo intercambiar unas palabras con un británico. "Que no teníamos sueldo, esa parte no la entendían, que íbamos a defender la patria no lo entendían. Porque ellos aseguran la familia, tienen un seguro de tres generaciones. En la conscripción cobré una sola vez y me descontaron un par de medias. Me alcanzó para un sandwich y una gaseosa, nada más", dice este hombre de ahora 47 años.
Cuando la fuerza argentina se rindió y se izó la bandera blanca ambos sintieron alivio. "Estaba nevando, todos nos estábamos congelando, teníamos hambre, estábamos sucios, sin municiones, ni comida, ni nada", rememora Davies.
El y Ramírez utilizan las mismas palabras al hablar de las secuelas de la guerra: problemas mentales, trastorno de estrés postraumático, lesiones físicas, conflictos familiares, intentos de suicidio, falta de recursos. Pero en los años que sucedieron al conflicto las experiencias fueron distintas.
En el caso británico, el gobierno y una importante red de donaciones garantizaron que aquellos que brindaron servicio en Malvinas tuvieran su situación económica asegurada. En el argentino, los ex combatientes siguen con la herida abierta. "Los gobiernos civiles nunca nos llamaron para ver cómo estábamos de salud, ni nos dieron la contención psicológica que necesitábamos. Nos buscaron por cielo y tierra para hacer el servicio y cuando volvimos, en vez de cobijarnos, trataron de sacarse el problema de encima", sentencia Ramírez. Le duelen los conceptos de "desmalvinización" y de "tanque atmosférico" con los que algunos funcionarios aludieron a la cuestión.
Davies cuenta lo importante que le resultó la fundación de SAMA82 (South Atlantic Medal Association 1982) que, según pregona en su sitio web, fue creado para mantener "un sentido de orgullo y camaradería entre todos los veteranos de la campaña del Atlántico Sur". Según este veterano, realizan reuniones periódicas en el que comparten sus recuerdos y anécdotas, recaudan donaciones y buscan entablar vínculos con los isleños.
En el Centro de Veteranos de Lanús se enorgullecen del programa de radio "Malvinas y sus vivencias" que cada jueves por la noche transmiten desde una emisora barrial. También de la difusión que del conflicto hacen en algunos colegios y de las acciones solidarias que llevan a cabo en las zonas más postergadas del país.
Davies asegura que tiene un buen amigo en Mar del Plata, un ex combatiente con el que se contactó después de la guerra y se lamenta por no haber podido ir a visitarlo a comer carne argentina. A las Malvinas sí viajó, en seis ocasiones. La última fue para la inauguración de una casa en Puerto Argentino destinada a hospedar a los veteranos de Gran Bretaña que quieran visitar las islas con sus familias.
"¿Volver? No, no lo pude hacer. Es algo que me encantaría, porque es un círculo que cierra", dice por su parte Ramírez. Tiene más anhelos. "Creemos que nos falta reconocimiento y nacionalismo. También nos gustaría tener un medio para expresarnos y que haya más educación en las escuelas". Y un deseo, que está por encima de todos: "Uno siempre sueña que vuelvan a ser argentinas".